Manuel Marchant como arquitecto no ha dejado de fotografiar edificios que, por su valor histórico y arquitectónico, consideraba relevantes registrar como tarea propia de su disciplina. Esta actividad ha tenido un carácter más bien instrumental, un medio para retener, observar y analizar con mayor detención, obras del pasado y del presente.
En estos últimos años, sin embargo, se activó una vocación sumergida que estaba latente y que ahora emerge, a partir de esta exposición en la Biblioteca de Santiago: ser fotógrafo y hacer de la fotografía un fin en sí misma.
El momento o la circunstancia fue un trabajo de búsqueda y habilitación de talleres con antiguos usos industriales en diversos lugares del país: Santiago, Los Andes, Valparaíso, Castro, Quellón, entre otros. El levantamiento fotográfico que realizó como parte del encargo profesional, le abrió la puerta a un imaginario espacial impredecible, que iba más allá del proyecto arquitectónico solicitado, para ingresar a un excedente estético: las fotografías del lugar se desplazaron, se juntaron, se mezclaron unas con otras por el mandato del fotógrafo y la mediación del fotomontaje con las tomas digitales.
Descubrió una realidad espacial completamente distinta a la simple representación fotográfica de edificios importantes. En efecto, se encontró con galpones y talleres en total abandono, desolación y deterioro, en donde se habían suspendido desde hacía muchos años, las actividades industriales y artesanales en serie.
arquitectura.

Su mirada fue registrar el trabajo del tiempo y por eso las imágenes que construyó llevan la marca de la alteridad por el paso inexorable de la sucesión temporal. Escenas del pasado en las que, probablemente,las mujeres sentadas frente a las máquinas de coser (hallazgo fotográfico que encontró por casualidad colgado en la pared del taller) ya no existen; pero que gracias a la labor constructiva que hace Manuel, permite que hoy tengamos de vuelta a esas costureras, como memoria activada.
Nuestro fotógrafo ha realizado montajes con los elementos espaciales y los ha puesto en valor como indicios de formas de vida laboral; al mismo tiempo, intervino cromáticamente las superficies de las fotos con texturas al pastel y un trazado de líneas a modo de presencia intencional del autor, como prolongación subjetiva que tensiona el gesto impersonal de la cámara. Incorpora así una cierta presencia, una manualidad como huella autoral directa. Quizás se trata de una inconsciente necesidad frente al anonimato en que, por omisión, se suele dejar al arquitecto que diseña un edificio o una vivienda.
Por su misma profesión, Manuel Marchant se permite juegos espaciales al desplazar volúmenes de un lugar a otro, de un piso a otro, de un subterráneo a un nivel superior como ocurre, por ejemplo, con ese enorme aro metálico y hormigón que estaba en el subsuelo, y que servía de esclusa.
El lo sube al primer piso y lo encuadra en el centro del taller -en primer plano- con el rigor de su experiencia en la proyección espacial. La paloma muerta (encontrada) es otro vestigio de la arquitectura en ruinas.
Igualmente su ojo arquitectónico no pudo dejar de escapar otro hallazgo: planos de diseño industrial abandonados en la fábrica Fantuzzi que rescata y recrea, incorporando matrices geométricas que invaden la fotografía y construyen una ordenada trama lineal que se contrapone al estado ruinoso de su arquitectura.
Milan Ivelic
Profesor y Crítico de Arte
Ex-Director Museo Nacional de Bellas Artes
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